Un poquito de mi historia   

Soy la tercera de un total de cinco hermanos. Mis padres se conocieron y casaron en un pueblo de Cádiz, pero al poco tiempo se fueron a Alemania, ya que mi padre era alemán. Ahí nací yo, y poco después el cuarto hijo. Sin embargo, al nacer él nos mudamos a España, a un pueblecito de la provincia de Gerona, en Cataluña. Ahí pasamos nuestra infancia hasta que mis padres se separaron. Cumplí los  11 años  unos días después de mudarnos a Andalucía, donde mis hermanos y yo nos trasladamos con mi madre, mientras que mi padre se quedó durante unos años más en la que era la casa familiar. Desde los 11 a los 18 años nos mudamos otras tres veces, todas dentro de la provincia de Granada, por lo que el desarraigo social era ya una evidencia que se sumaba a la inestabilidad emocional y económica por la situación familiar.  


A los   16 años   ya empecé a trabajar de camarera, mientras lo compaginaba con mis estudios durante el curso escolar, lo cual me dio independencia, seguridad, madurez, y autonomía. Sin embargo, durante esa etapa yo estaba ya sumida en mucha tristeza, una tristeza profunda. Me sentía sola, desconectada, incomprendida, me empecé a encerrar en mí misma y perdí a mis amistades. Y fue en esa etapa cuando tuve mis primeros pensamientos suicidas. No lo hice, pero seguí sobreviviendo por inercia. 


Tras terminar el bachillerato inicié mis estudios de Grado en Estudios Ingleses en la Universidad de Granada y a los   18 años   también conocí a mi   primera pareja.  Tras esa relación de varios años, vinieron algunas otras, también marcadas por esa falta de confianza en mi misma, por miedos, inseguridades, ese poco autoconocimiento y esa desconexión profunda conmigo a la vez que sí lo estaba con mi tristeza, por lo que mis relaciones se alargaban en el tiempo mayormente también por inercia. De hecho, dicen que las parejas, al igual que nuestros principales cuidadores, son nuestros maestros, y ahora lo comprendo mejor que nunca. Las cosas se dieron como se tenían que dar en ese momento, pero la realidad es que yo me esforzaba mucho para que las relaciones funcionaran, pero no lo hacían. Claramente, no podemos ocuparnos de lo de fuera ni de las relaciones con los demás sin antes ocuparnos de nosotros/as. Y en definitiva, en mis relaciones me sentía víctima:   “¿por qué no funcionan si yo me esfuerzo tanto?”.   Yo daba mucho y no recibía lo mismo (o así lo percibía yo). Me sentía INSUFICIENTE, algo que ocurría en cualquier área de mi vida. Pero claro, es que no estaba dando en la dirección correcta. Debemos empezar por nosotros/as antes.  Porque primero  ES EN TI .  Así, podremos ofrecer realmente amor al resto, vincularnos desde la plenitud y no la carencia. Y además, nuestras parejas, estarán en coherencia con lo que nosotros/as nos ofrezcamos. 


En   2018   aprobé las oposiciones de educación secundaria y empecé a trabajar como   profesora de secundaria   en la educación pública. Siempre me había gustado la educación, y es una etapa que he disfrutado mucho por el contacto con los adolescentes, ya que es un campo que me fascina. Sin embargo, tras mis primeros años, empecé a sentirme algo desmotivada. Sentía que, aunque ponía mi granito de arena, no ayudaba a los alumnos en lo que yo realmente creía fundamental, que era su   bienestar  mental y emocional . Yo sentía que mi profesión me gustaba, que me gustaba enseñar, aprender de mis alumnos y estar cerca de ellos… pero a veces me frustraba porque tenía unos objetivos académicos muy marcados, poco tiempo de atención individual, y tenía que ir haciendo por inercia y con mucha falta de recursos que ofrecerles. Empecé aquí a entrar en un   conflicto interno   por el cual yo sentía que mucho más importante que enseñar inglés, era reforzar su autoestima, trabajar sus heridas, sus bloqueos emocionales y guiarles en la gestión emocional. Pero claro, eso es algo que no me ‘competía’ a mí como profesora de inglés, y por mucho que yo quisiera fomentar eso en mis clases, la realidad era otra muy distinta.


En esta etapa vino el evento que cambió todo para mí. Diagnosticaron un  tumor cerebral  a mi padre. No había opciones de tratamiento ni de curación. Nos dieron una estimación de tres meses de vida. Vino la pandemia y pude teletrabajar y mudarme para acompañarle en el proceso, al igual que mis hermanos y hermanas. Los meses pasaban y la tristeza iba creciendo. Sin embargo, no nos lo podíamos “permitir”. Había que estar fuertes para él y para todos los cuidados y atención que necesitaba en aquel entonces, aunque nuestra salud emocional se debilitaba. De hecho, empecé a ir a   terapia   con una psicóloga para sobrellevar la situación. En esos primeros meses fue cuando mi papi escribió en una nota   “sin mí, no puedo vivir”.   Algo que nosotros encontramos tiempo después, junto con otras notas, y en las que fue muy estremecedor entender el diálogo que él mantenía consigo mismo en un momento de tal deterioro físico y emocional. Sin duda, vivir el proceso a su lado era conmovedor a la vez que desolador, ya que había una parte de él que parecía no aceptar el diagnóstico y que por lo tanto, vivía en la esperanza de recuperarse. Fueron diez meses al final los que mi padre luchó por sobrevivir y en los que nos enseñó y ofreció muchísimo, a pesar de que la tristeza y el agotamiento emocional no nos lo permitió ver con claridad entonces. 


Pocos meses después del fallecimiento, y volcada en seguir con mi trabajo y mi vida (esa construida en la inercia), entré en una  depresión,  o más bien, la depresión se volvió ya tan evidente que me impedía seguir con el piloto automático y con mi día a día. Comencé entonces con la medicación, y después de un tiempo de baja fui poco a poco recuperando mi rutina. Antes de llegar al año de estar con la medicación, cuando ya me sentía con más fuerzas, decidí empezar a renunciar a ella, ya que sentía que en algún momento iba a tener que   enfrentarme a la vida por mí misma.   Unos meses después de dejar la medicación sentía que, aunque hacía mi rutina con normalidad, no estaba conectada conmigo, con mi entorno, ni con la vida misma. Me di cuenta que sentía un vacío, y que seguía   sobreviviendo.


Fue entonces cuando, tras una  Intervención Estratégica,  llegó el 'clic' necesario para darle un giro a todo. Empecé a   responsabilizarme   de mi vida, dejé de vivir en la inercia y la supervivencia para empezar a tomar decisiones de manera consciente en mi vida. Gracias a esa responsabilidad que empecé a asumir, comencé a comprender muchas cosas que no lograba antes, e invertí en otros cursos para profundizar en mi proceso de sanación y ahí me encontré con el Coaching y, sobre todo, con la  Hipno-Respiración Consciente,  algo que sin duda impactó mi vida de forma radical. Verdaderamente comencé a  VIVIR. 


Y VIVIR no significa que todo en la vida me vaya de maravilla y esté constantemente disfrutando y riendo, no. VIVIR significa dejar mi posición de víctima donde la vida me sucede a mí para pasar a un   rol     empoderado   donde asumo mi vida como mía, como propia. Es decir, yo tomo la responsabilidad de mis pensamientos, de mis acciones, de mis emociones, de mis relaciones, de mis enfoques, de mis objetivos… Soy la única creadora de mi vida, y vivo en  coherencia  desde mi verdadera  esencia.


Aún así, siendo honestos, todo eso vino acompañado, en mi caso, por un periodo de soledad, de introspección, de autoconocimiento, de replantearme muchas cosas, de viajar sola, de separarme de algunas personas, de ir descubriendo mi camino, de respirar mucho, de conectar conmigo, de soltar, de dejar el miedo y la tristeza atrás, de sanar, de leer mucho, y trabajar mis niveles de conciencia. Y la aventura es continua. Pero lo vivo siempre con ILUSIÓN, amor y CONFIANZA en mí y en la vida. 


Finalmente, me formé en todo aquello que había transformado mi vida de manera exponencial. Empezando por  Coaching e Inteligencia Emocional,   Intervención Estratégica   y  máster en Respiración Consciente Continua.   Y con todo ello, conecté con mi propósito actual. Ya que, yo diría que el propósito de cada uno es simplemente   SER  , plena y conscientemente. Sin máscaras, sin capas, sin corazas, sin mecanismos de defensa primitivos, sin presiones, sin miedos ni barreras, sin roles, sin apegos o expectativas... solo SER. Y cuando consigues SER y vivir en conexión y coherencia contigo desde tu más pura esencia, encuentras maneras en las puedes aportar al mundo a través de tu mismo propósito o misión de expansión. Ese es nuestro verdadero  PODER.


Hay gente que me dice…   “¿Cómo es que has decidido este cambio?”

Y la verdad es que no lo siento como algo que ‘he decidido’ sin más. Siento que todo me ha llevado aquí y que simplemente ha llegado el momento en el que yo he sabido leer los mensajes que la vida tenía para mí y he abrazado cada oportunidad que vibraba conmigo desde el amor, y no desde el miedo, hasta llegar a ese momento en el que empecé   mi vida conmigo.